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4º ESO LIU

lunes, 25 de febrero de 2013

VERLAINE Y RIMBAUD . LOS SIMBOLISTAS FRANCESES.

UN AMOR CONTRACORRIENTE ( escrito por Agustín Celis en su blog)




Paul Verlaine y Arthur Rimbaud

Arthur Rimbaud y Paul Verlaine tuvieron la rara habilidad de convertir sus vidas en una auténtica pesadilla. Tanto juntos como separados fueron personajes excesivos, geniales y chiflados, quizá por eso han quedado como prototipos de escritores malditos, sobre todo el maldito Rimbaud, que ansiando ser Dios apenas si queda claro que llegara a ser él mismo. “Yo soy otro”, decía este jovencito enajenado y turbulento que cada pocos años parecía cansarse de ser quien era. Al parecer en su más tierna infancia había sido un niño aplicado, un estudiante voluntarioso y un hijo ejemplar.

Para la historia de la literatura han quedado como dos de los más fundamentales poetas de finales del s. XIX, cuyo decadentismo encarnaron hasta lo grotesco. Lo curioso es comprobar que la influencia de sus actitudes perviva aún hoy en ingenuos poetas imberbes capaces de abandonarlo todo con tal de darle al mundo unos versitos tempestuosos con los que sorprender a sus sorprendidas familias, que no se explican qué han podido hacer ellos para que el niño se haya convertido en un poeta maldito.

Paul Verlaine y Arthur Rimbaud también sorprendieron, y mucho, a sus familiares. La cosa no es para menos. Entre las rarezas que se le atribuyen a Paul  Verlaine destaca el intento de asesinar a su madre, a su mujer, a su hijo y finalmente a su adorado Arthur. A su mujer, Mathilde, también intentó quemarle los cabellos y cortarle las manos y en otra ocasión estampó a su hijo, aún bebé, contra la pared. El niño se salvó por la abundancia de ropas que lo abrigaban y que debieron amortiguar el golpe.

En cuanto a Arthur Rimbaud, con tan sólo dieciséis años ya se había agenciado el kit completo del perfecto chalado. Era, por supuesto, un niño terrible que blasfemaba en voz alta contra Dios, contaba a todo el que quisiera escucharle truculentos episodios sexuales con animales y hasta fumaba en pipa con la cazoleta vuelta hacia abajo. Algunos de sus hagiógrafos pretende justificar su actitud aduciendo que el niño Rimbaud había vivido una cruenta infancia sin padre y había sido violado por todo un batallón de soldados, lo que tuvo una doble consecuencia en el poeta, el horror como víctima de un hecho infame y un turbio atractivo hacia la degradación y la violencia del asalto múltiple.

Cuando se conocieron en 1871 Paul tenía veintisiete años y Arthur diecisiete. Pronto sintieron el uno por el otro una fuerte atracción sexual, a la que se unió la común pasión por la bebida, la poesía y los hombres. Formaron pronto una pareja empática aunque tormentosa. Mantuvieron una relación que rozaba el delirio y la pesadilla. Tomaban hachís, absenta y ajenjo para superar los límites de la razón, del bien y del mal, y sobre todo, de los absurdos prejuicios sociales de un mundo aburguesado, decadente y absurdo.

Al poco de llegar a París el provinciano Rimbaud se enemistó con todos los poetas parnasianos, que lo consideraron demasiado agreste. Un poeta llamado Attal se le acercó un buen día para enseñarle unos versos que tenía escrito y Arthur le respondió con un escupitajo. Las veladas en los cafés eran desastrosas. El niño prodigio se reveló como un pendenciero, un demente y un provocador. A otro poeta llamado Mérat que en aquella época había publicado una colección de sonetos en alabanza al cuerpo de la mujer le respondió con un poema obsceno titulado “soneto del agujero del culo”. No le cayó bien a nadie, y sobre todo no le cayó bien a la familia de Paul, que lo veían como un energúmeno peligroso, como una mala influencia y como un rival. A la mujer de Paul, desde luego, no le faltaban razones.

Fue la de ellos una relación de amor y odio que terminó de manera trágica, como trágico fue también el final de sus vidas. En los dos años que duró la relación se hicieron daño mutuamente. Hubo maltratos, lágrimas, arrepentimientos, idas y venidas por distintas ciudades de Europa, escapadas que terminaban en regresos, escándalos que se hacían públicos, dolor y sobre todo mucha locura.

Es famoso el episodio de los tres disparos de Verlaine sobre Rimbaud. De ellos se puede colegir hasta qué punto se encontraba atrapado Paul por la atracción que ejercía sobre él el niño Arthur. Tampoco sería muy descabellado opinar que Paul Verlaine debió de ser un hombre débil y contradictorio, un ser indefenso y mimado, profundamente inestable, necesitado de la autoridad permanente de un ser fuerte que lo guiara, y sin embargo inconformista, receloso y con un gran deseo de independencia. Ocurrió en Bruselas en 1873. Paul había amenazado con suicidarse varios días antes, Mamá Verlaine acudió en ayuda de su hijo, y también Rimbaud, que respondía así a las súplicas de su amigo tras la última despedida. En cuanto se vieron juntos de nuevo comenzó el tormento. Alcohol, sexo y peleas. El final se resolvió con tres disparos, la mano herida de Arthur por una bala y una condena a dos años de trabajos forzados.

Sólo se volvieron a ver una vez más, en 1875 a la salida de Verlaine de la cárcel. Para entonces ya estaban acabados. Aquella noche la pasaron de farra trincándose una borrachera antológica y una formidable pelea a puñetazos que resolvió finalmente el caos de su angustiosa relación.

El final de sus vidas se ha escrito muchas veces. Merecerían formar parte de una gloriosa antología de la decadencia de las celebridades.

Arthur Rimbaud renunció a la poesía y no volvió a escribir más. Se convirtió en uno de esos extraños seres siempre perseguidos por su destino, fue un aventurero y un hombre de acción. Así demostró una vez más que cada pocos años parecía cansarse de ser quien era. Murió a los treinta y siete años de edad y con una sola pierna, entre tremendos dolores, como consecuencia de un tumor de hueso que se le declaró en la rodilla y avanzó por todo el cuerpo velozmente.

Paul Verlaine conoció la degradación progresiva de su talento y su persona. Murió completamente sólo a los cincuenta y dos años de edad, sifilítico, borracho y arruinado.

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